Ez Dok Amairu. Hay Más*
por Ricardo Ugarte

La exposición del Koldo Mitxelena donostiarra, presenta una importante ocasión fallida de haber realizado una muestra y una reflexión real de lo que supuso la década de los 60, como motor y punto de arranque en el devenir de nuestra cultura. Y digo fallida, porque de la década de los 60, algunos hemos demandado un estudio serio, en profundidad, e interrelacionado de lo que supuso en todos los campos de la cultura, el renacer esperanzado de un pueblo que empieza a apostar por la renovación y el progreso, ese deseo queda truncado por la ocupación de un espacio que deviene en desmemoriado.

La exposición, a fuer de aséptica, degenera en descafeinada, falta de una estructuración didáctica, que sitúe al espectador de generaciones recientes en el contexto de aquella época. Cuando se aborda una temática de esta envergadura a parte de la mera exposición visual de las obras es fundamental establecer en la entrada del propio espacio expositivo, cuadros comparativos que cronológicamente sitúen en el marco histórico de aquella época, tanto en referencia a lo que sucedía en Euskadi, en el Estado, o en el contexto internacional, estableciendo paralelismos y coordenadas en lo artístico, en lo social, en lo político y en lo económico. También paneles biográficos de los autores presentes y ausentes.

Un tratamiento especial hubiera requerido la obra de Jorge Oteiza, detonador cultural esencial en este período sin el cual tampoco se entiende el resto de la exposición. Jorge es el dinamizador de aquella época, tiempo de censuras, de mensajes y lecturas entre líneas, en el cual como ejemplo muy breve, simplemente hablar de Universidad Vasca era ya sospechoso. En este apartado espacial debería estar una referencia clara a Dionisio Barandiarán y a la galería de su nombre que fue punto de encuentro y plataforma de toda una serie de nuevas andaduras. Galería donde surge el grupo GAUR y el resto de los grupos que darían lugar a la Escuela Vasca. Jorge Oteiza y Aranzazu, como punto de convergencia estético-espiritual de un pueblo, en ese espacio instalación con ampliaciones fotográficas y textos, acercaría la lectura de este pensador fundamental para entender esa década, y no la simple presencia de cuasi tres anónimas obras. Otro tratamiento especial necesitaba Eduardo Chillida, que en aquella época realiza su primera exposición individual presentada por Jorge Oteiza en la sala Espelunca, en homenaje a Luis Martín Santos.

Cuando dentro de los objetivos de esta muestra se nos habla de desmitificar una época, todos sabemos lo que quiere decir, un revisionismo reaccionario que desde el viejo complejo de Edipo trata de matar al padre, en este caso a los padres. Pretender desmitificar, desarmando espiritualmente un tiempo para potenciar otros mitos más recientes, que éstos sí que serían por variadas razones susceptibles de revisar. Frente a la actitud de aquella época que no se puede disociar de su plástica, en la que la ética, la estética, la capacidad de compromiso y de aportación a un pueblo iban íntimamente ligadas.

Una exposición debe tener su propia autonomía en cuanto a muestra y aportación de datos formativos y didácticos independientemente de que se complemente con una lectura más amplia que vendría dada en el catálogo (catálogo que a la fecha de hoy todavía no ha sido publicado). Esta muestra en aras de una pretendida desmitificación se carga sutilmente el espíritu de los 60, situando simplemente unas obras fuera de todo contexto. Como decían los viejos surrealistas nos presenta Un cadáver exquisito. Ez Dok Amairu (No hay trece). Hay más.

*Con motivo de la exposición “Arte y artistas vascos en los años sesenta”.

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El Diario Vasco, 16 de julio de 1995