Un grupo de ciudadanos bien pensantes se han constituido en plataforma deliberadora y censora de lo que debe ser el bien hacer en arquitectura, tomando como referencia y arremetiendo frontalmente contra el magnífico proyecto ganador del Concurso Internacional convocado en su momento para resolver el espacio del Kursaal y ganado por el arquitecto Rafael Moneo.
Si bien es saludable en un ámbito democrático que se formen grupos de opinión, sobre aspectos que interesan a todos los donostiarras preocupados por el devenir de nuestra ciudad, no deja de ser sospechoso que estas voces se alcen solamente en aspectos que forman una nueva visión de ciudad contemporánea, que trata de despegarse de un pasado decimonónico para encarar el futuro como una realidad viva y acorde con el tiempo en el que se desarrolla, no deja de ser sutilmente reaccionario el hecho de que esas voces tan hipersensibles con algunas estéticas liberadoras de la traza ciudadana, no se alzaran cuando antaño se realizó la torre del hotel Orly, que rompe todo el conjunto de nuestra bahía y sí sin embargo se rasgan las vestiduras por el nuevo edificio del Gobierno Vasco sito en la esquina de la calle Miramar con Andía, su fachada sobria, correctamente dibujada y con un chapeado que no desentona del blanco del resto de otras edificaciones que enmarcan la bahía. Tampoco se alzaron aron contra la torre de Atocha, ni más recientemente ante ese atentado arquitectónico que supone la llamada casa de los horrores estéticos en la esquina Avenida-Idiáquez.
De Donosti se podía hacer un estudio que catalogase tanto lo inadecuadamente derribado como lo arbitrariamente construido, así como de sus famosos levantes, muchos de los cuales no guardaban ninguna reacción con el estilo del edificio en el cual se asentaban. Y si de levantes hablamos, hay uno conocido por todos los donostiarras, que es el efectuado en plena época de fervor nacional-catolicista con la construcción del Sagrado Corazón en encima del Castillo de la Mota.
¡Ojo!, entiéndaseme que no ataco la colocación en si misma del símbolo religioso, simplemente considero inadecuado el lugar, espacio, cargado de historia y fundamental para el desarrollo de la ciudad en su época; con su carácter marcadamente militar y defensivo posee unas características tan definidas que no admite yuxtaposición de otro volumen ajeno a su propia identidad. Otra cosa seria restaurar, rehabilitar y dar vida a una de las atalayas más bellas de la ciudad.
Cíclicamente y a lo largo de la historia, ésta ha estado plagada de anécdotas, en las cuales, los habituales grupos inmovilistas pretenden siempre permanecer en el oscurantismo frente al devenir del progreso y las luces.
La lista sería interminable, pero baste citar una muy común, acaecida en París, con motivo de la Exposición Internacional y la torre Eiffel, No hay más que repasar la hemeroteca de la época, para leer todo el cúmulo de diatribas que se lanzaron contra su construcción y a punto estuvo una vez terminada la exposición de volver a ser desmontada. Hoy, es el ombligo y el símbolo de París.
Hay que entender la ciudad como un ser vivo que crece y se modifica en función de una trama urbana que genera una serie de espacios de intercomunicación social y cultural. Esta urdimbre que va evolucionando en función del crecimiento de la ciudad, genera una lectura de diferentes tiempos que marcan el pulso de ese despliegue; si antaño el derribo de las murallas supuso el paso adelante, de ser un pueblo a ser la ciudad de San Sebastián, con un trazado moderno como correspondía a su época, haciendo de ella una de las capitales más moderna y punteras de Europa.
Hoy, a las puertas del año 2000 tenemos la oportunidad en una magnifica operación de conjunto, de resolver la asignatura pendiente que teníamos con todo el perímetro de costa del barrio de Gros. La espléndida playa que surge, el acondicionamiento de la costa hasta la punta de Monpás, van a completar un marco adecuado en el cual los Cubos de Moneo, que se interrelacionan plásticamente con las piedras situadas para perfilar la escollera van a permitir generar un volumen arquitectónico emblemático y símbolo del nuevo San Sebastián en desarrollo.
Se argumenta también como aspecto negativo los costos de realización de la obra, a cien kilómetros de nosotros. Se está levantando el Museo americano Guggenheim, que también sale de nuestro peculio particular como contribuyentes, y que ha sido la causa en cierta medida que el proyecto del Kursaal se vaya demorando.
San Sebastián está a falta de equipamientos de servicios que le permitan ofertar un amplio abanico de posibilidades a los futuros visitantes. Estos costos van a generar a medio plazo una rentabilidad por onda expansiva a todos los sectores de la sociedad. ésta debe saber que para recoger frutos. Primero tenemos que sembrar.
Los espacios polivalentes que se van a generar en el nuevo Kursaal van a ser uno de los puntos de partida para dinamizar económicamente la ciudad, a la vez que servirán para dar cauce a distintos sectores culturales. Habría que empezar a diseñar ya una campaña que oferte nuestra ciudad a las diferentes geografías exteriores; nuestro paisaje, nuestras gentes, nuestra cultura, como el punto idóneo para la convergencia y el encuentro.
Esto, claro, tiene unos costes pero hay que saber gastar para obtener beneficios, hay que invertir en futuro, hay que invertir en creación. Y qué mejor camino que el de la Cultura simbolizada en este edificio luminoso frente al mar de las tormentas, como faro y norte de un nuevo tiempo más humanizado para todos.
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